miércoles, 18 de junio de 2008

Selva de ciudades III

Cuando vivía en Las Palmas, cogía todos los días alrededor de cuatro guaguas, podría decir que me he sacado media carrera montado en autobús... En estos largos viajes conocí a mucha gente, aunque también ignoré, pero el que más me impresionó sin ninguna duda fue un extraño personaje que se subió un día al lado mío, poco pelo, rasgos muy marcados, cara con esos surcos de expresión que te dicen que es buena persona, con una gran gabardina y ojos gallegos. En cuanto se acercó a mí, noté su olor nauseabundo, olía a mierda pero no de un día... Cuando se sentó, vi que llevaba una paloma en su regazo, cosa que todavía me repulsaba más, y miles de cagadas de su amiguita... Yo me hice el loco y seguí leyendo mi Cien años de soledad, había quedado con un colega para oír a Panero, y después hablaríamos un rato del libro, él tenía una teoría sobre Aureliano y la bomba H poco menos que curiosa. En fin, que iba yo leyendo cuando me dice: "Perdona muyayo, ¿te gustan las palomas?", yo alcé la mirada del libro sorprendido y no llegué a responder ya que siguió hablando: "La gente odia las palomas, las mata, las envenena, las insulta... Yo las amo, las amo profundamente". Una vez dicho esto, se levantó, tocó la llamada de parada y se bajó en la siguiente. Yo me quedé tan estupefacto como seguramente te quedas tú, seguí a aquel personaje con la mirada mientras se bajaba y se acercaba a hablar con una señora un tanto especial también. Era una mujer que yo llevaba tiempo observando, pelo canoso, pantalones de tactel, jersey, o pullóver como lo llaman los canariones, gafas de pasta antiguas, no retro, las manos a la espalda y siempre, siempre, siempre estaba andando. Tenía un pequeño circuito en la plaza de la Universidad, y cuando tenía que estar esperando la guagua la observaba. Hacia delante, torcía a la derecha, seguía, torcía a la izquierda, se daba la vuelta y volvía al punto de inicio, una y otra vez, sin parar. No hablaba con nadie, menos con el amante de las palomas, que nunca supe que le contaba, sólo andaba y andaba.
Una vez, me acerqué y le pregunté curioso por qué andaba tanto, y me respondió: ¿Y por qué no? Ante esta respuesta no cabe más que la reflexión, andar y vivir, ¿por qué no?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dejo aquí este comentario que me ha gustado mucho y me ha llegado por email:

Recuerdo a esa mujer, a mí siempre me inspiró respeto, precisamente porque se salía de todos los cánones, de los moldes, ella y su lucha, era y es ella, la que nos observaba a nosotros y tal vez pensaba, Yo soy libre, nos estoy regida por nada, ni por nadie, mi mundo, el vuestro, pero a mi manera.